Buscamos, al despertar,
las zapatillas de siempre,
el olor a desayuno,
la ruta de somnolencia
que prosigue, lenta, igual:
pie mojado, bolsa al hombro
y doble llave al cerrar.
Encontramos de rutina
al chaval de la mochila
que no puede con sus granos.
Al conductor de los jueves,
misma ruta, sin desvíos.
Asiento sin dueño fijo,
estoy yo, sin nadie más.
Y el reflejo me devuelve
de golpe a la realidad.
Al inmovilismo puro.
Al confort, pisar seguro,
sin traspasar el umbral.
¿Cuanta gente se ha observado
como títere en un mundo
creyendo poder andar?
Aún teniendo zapatillas
pisamos siempre hacia atrás.
Descalcémonos sin miedo.
Si el pie siente dónde pisa
(sin deslizarse fugaz
y atendiendo imperfecciones)
será precioso el andar.
Buscamos, al despertar,
las zapatillas de siempre…
¡Sumérgelas bajo el mar!